Escorpio


El mito de Escorpio nace de una vieja leyenda griega relacionada con el intento de violación de Artemis (la Luna) por el gigante Orión.
En la leyenda se cuenta que Artemis se postró a los pies de su padre (Zeus) y, abrazada a sus rodillas, le pidió una corta túnica, un calzado de cazadora, un carcaj con sus flechas y un arco como el que tenía su hermano Apolo. En la mitología clásica, Artemis es la diosa de la caza y de los bosques y tiene como símbolo un oso.
Orión era un gigante famoso por su belleza y su enorme fortaleza, hijo de la Tierra y de Poseidón. Su estatura le permitía caminar por el fondo del mar conservando la cabeza fuera del agua.
Cuentan que un día se hallaba Artemis cazando cuando se le apareció en medio del bosque el gigante Orión. Este la vio joven y bella e intentó seducirla -se dice que el gigante intentó violarla-. Pero Artemis era una divinidad casta y para defenderse reclamó la ayuda de un alacrán. Este alacrán picó al gigante mortalmente y la liberó.
Para recompensarle, más tarde la diosa lo colocó en el cielo. Justo en el lado opuesto de la constelación de Orión. Este es el escorpión que está representado en el cielo de verano. Orión brilla en las noches de invierno y su brillo mengua cuando surge la constelación de Escorpio. Por eso surge una competencia entre Escorpio y Orión.
Las influencias astrológicas de la constelación de Escorpio
Ptolomeo hace las siguientes observaciones: “Las estrellas brillantes en el frente del cuerpo de Escorpio tienen un efecto similar al producido por la influencia de Marte, y en parte al producido por Saturno: los tres en el propio cuerpo. . . son similares a Marte y moderadamente a Júpiter: los de las articulaciones de la cola son como Saturno y en parte como Venus: los de la picadura, como Mercurio y Marte ”. Por los kabalistas, Escorpio está asociado con la letra hebrea Oin y el 16o Trump del Tarot "La Torre del Rayo". [Robson, p.60-61.]
Las influencias astrológicas de la constelación de Escorpio dadas por Manilius:
“El Escorpión preside las armas” [Manilius, Astronomica, siglo I d.C., libro 4, p.253]
“En virtud de su cola armada con su poderoso aguijón, con el cual, al conducir el carro del Sol a través de su signo, corta la tierra y siembra semilla en el surco, el Escorpión crea naturalezas ardientes por la guerra y el servicio activo, y un espíritu que se regocija en abundante derramamiento de sangre y en carnicería más que en saqueo. Vaya, estos hombres pasan incluso la paz bajo las armas; llenan los claros y recorren los bosques; ahora libran una feroz guerra contra el hombre, ahora contra la bestia, y ahora venden sus personas para proporcionar el espectáculo de la muerte y perecer en la arena, cuando, la guerra en suspenso, cada uno de ellos se encuentra a sí mismo como enemigo para atacar. También están aquellos que disfrutan de las peleas simuladas y las justas de armas (tal es su amor por la lucha) y dedican su tiempo libre al estudio de la guerra y a todas las actividades que surgen del arte de la guerra ". [Manilius, Astronomica, siglo I d.C., p.239-240].
Escorpio, octavo signo zodiacal relacionado con el tema arquetípico de la lucha del héroe con el dragón, con el monstruo. Así como el carnero, el león y el cangrejo muestran aspectos distintos de la búsqueda del héroe, el dragón es una representación de las fuerzas oscuras del inconsciente y del poder terrible y destructor de la vida instintiva. Todos nos encontramos en algún momento de nuestras vidas con este dragón, pero Escorpio parece tener una cita cíclica con él, llevando a cabo una confrontación cada vez más profunda.
Una imagen vívida de esta lucha es la historia de Perseo y la Gorgona. Las Gorgonas eran tres hermanas llamadas Esteno, Euriale y Medusa que fueron transformadas en monstruos alados de penetrantes ojos, enormes dientes, lengua sobresaliente, garras y serpientes en lugar de cabellos, cuya mirada petrificaba a los hombres.
Una de las versiones del mito relata que Medusa fue violada por el dios Poseidón y que el horror del ultraje dejó en su rostro ese aspecto aterrador. Es decir, el rostro de Medusa es un reflejo de la cólera y del odio femenino con su efecto paralizante.
Perseo, hijo del dios Zeus y de una mortal llamada Dánae, asume la tarea de matar a la Medusa y así salvar a su madre de casarse a la fuerza con el malvado rey Polidectes.
La Medusa Gorgona era tan horrorosa que una sola mirada a su cara convertía en piedra al observador por lo que Perseo necesitaba la ayuda de los dioses para vencerla y cortarle la cabeza. Su padre, Zeus, el Dios del Olimpo se asegura que le den asistencia.
Por un lado Hades, rey del inframundo, le prestó un casco que hacía invisible al portador. Hermes, el Mensajero divino, le dio un par de sandalias aladas y una hoz afiladísima. Atenea, la diosa de la Sabiduría le ofreció un escudo con un pulido tan especial que su brillo servía como espejo.
Perseo entonces pudo ver el reflejo de Medusa en el escudo y así cortarle la cabeza sin tener que mirar directamente su horripilante rostro. Al cortar la cabeza del monstruo, el héroe libera al caballo mágico Pegaso, que había sido engendrado por Poseidón pero que, a causa del odio y la cólera de su madre Medusa, no había sido dado a luz.
Con la monstruosa cabeza oculta en una bolsa, Perseo emprende el camino de vuelta a su casa. En el trayecto ve a una hermosa doncella encadenada a una roca esperando ser devorada por un monstruo marino. Supo que se llamaba Andrómeda y que la estaban sacrificando porque su madre había ofendido a los dioses. Perseo se conmueve por la situación y ante la hermosura de la joven, se enamora y la libera convirtiendo al monstruo en piedra usando la cabeza de la Gorgona. Seguidamente regresó con Andrómeda para presentársela a su madre, quien sintiéndose muy atormentada por las insinuaciones del malvado rey, se había refugiado en el templo de Atenea. Una vez más, Perseo sostuvo en el aire la cabeza de la Medusa, convirtiendo en piedra a todos los enemigos de su madre. Cumplida su misión, el joven héroe devuelve a los dioses los dones recibidos y vive con Andrómeda en paz, amor y armonía por siempre.
Si analizamos este apretado relato del mito de Perseo vemos que en la historia, Zeus aparece como el padre bondadoso que ampara a su hijo, guiando y protegiendo invisiblemente a madre e hijo para que sus vidas no corran peligro.
Se trata del motivo temático de redimir a una figura femenina luchando contra otra más oscura, aunque ambas, esencialmente son Madres. A menudo el alma de un individuo se ve afectada por la cólera y la amargura inconsciente de su madre, a la que tendrá que rescatar de las garras de la Gorgona para así también rescatar su propio lado femenino.
Este intento de salvar a lo femenino del aspecto más oscuro de la naturaleza, muchas veces forma parte integral de la vida de los Escorpio.
La Gorgona es un símbolo característico de la destructividad (el lado oscuro inconsciente) que sólo puede ser decapitada mirando su imagen reflejada en un espejo pues si se la mira directamente uno se paraliza por su tremenda oscuridad.
La lucha con los dragones nos ofrecen una sabia visión sobre el modo de controlar el veneno reptiliano que uno encuentra si profundiza lo suficiente en sí mismo. Ningún monstruo puede ser vencido utilizando solo la fuerza bruta. Los dones recibidos de los dioses representan la reflexión y el fuego que hacen falta. Fuego que se refiere tanto a la emoción intensa como a la luz de la comprensión y la consciencia.
Cuando Perseo corta la cabeza de Medusa, es decir la Madre Terrible, la fuerza instintiva oscura, destructiva y paralizante se puede liberarse y nace a la luz Pegaso. El caballo alado que es un puente entre opuestos, una criatura terrestre que tiene el poder de ascender al reino espiritual.
Cuando Perseo lo libera también se libera a sí mismo. Puede utilizar las poderosas propiedades de la Medusa para objetivos más conscientes, ya que estos monstruos no pueden ser totalmente destruidos sino sólo transformados.
Pero por qué Perseo libera a la Madre y también a sí mismo. Para empezar a comprender debemos recordar que el pensamiento griego está preñado de la idea de Destino, al que llamaban Moiras o “administradoras de Justicia” las que equilibran o vengan las transgresiones de las leyes del desarrollo natural. Destino tiene que ver con el sentido profundo de orden moral universal y las guardianas son siempre figuras femeninas, tal vez por la inexorable experiencia de nuestro cuerpo mortal.
El útero y la madre, que es la primera persona en nuestra vida, están presentes en el inicio y es este el ámbito de la vida y de la muerte. Durante la gestación que precede a toda existencia individual, nuestro cuerpo forma uno con el de nuestra madre y aunque no lo recordemos, nuestro cuerpo y nuestro inconsciente sí guardan memoria de ello. La mitología ha vinculado siempre a lo femenino con la tierra, la carne y los procesos de nacimiento y muerte. El cuerpo en que vive un individuo surge del cuerpo de la madre y las limitaciones y características de éste (herencia) están arraigadas en aquél y se experimentan como destino.
La principal imagen de la madre, que comienza siendo nuestro único mundo, termina convirtiéndose en el símbolo del mundo entero. La relación con la propia madre está significativamente vinculada a la sensación de elección y libertad interna que tenemos en la vida adulta. Cuanto más oscura se nos presente la madre, mayor será el miedo que nos suscite el destino. La propia madre es también la Madre arquetípica que puede formularse en las imágenes de diosa, serpiente, mar o sarcófago a consecuencia de la oscura memoria que guarda el cuerpo del mar de aguas intrauterino; del serpentino cordón umbilical que le daba la vida o que podía estrangularle; de la oscuridad y estrechez, como una tumba, del canal que le dio a luz. Como vemos la naturaleza es portadora en sí misma de los dos lados o polos, de la oscuridad y la luz que la constituyen al mismo tiempo. La Madre y la Madre Oscura son sólo aspectos de sí misma, una habita en la consciencia y la otra vive en el inconsciente.
Esta díada está expresada no sólo en la mitología sino también en el arte y en la literatura. El alma humana aspira a algo superior, a algo eterno que sobreviva más allá de la muerte del cuerpo. Esto no es solamente la búsqueda espiritual de Dios, también implica la búsqueda del conocimiento de las leyes que subyacen en la realidad. Pero esta búsqueda puede llevarnos por caminos oscuros o caminos iluminados y puede revelarnos tanto el bien como el mal que cohabitan en nuestro interior y que son el núcleo del alma humana.
El bien es incomprensible sin el mal y la misteriosa batalla entre estos dos polos está muy bien representada en la historia del doctor Fausto. La gran tragedia de Marlowe y el sublime poema épico de Goethe.
Están basados en el relato medieval de un hombre cuya búsqueda espiritual lo condujo finalmente a vender su alma al diablo. Su reconocimiento final de la aridez de los placeres terrenales y su redención última por medio del remordimiento y de la compasión, siguen siendo una poderosa imagen de la necesidad de comprender tanto la oscuridad como la luz a fin de hallar la paz interior.
Había una vez un destacado filósofo y estudiante de teología conocido como el doctor Fausto. Las enseñanzas que había recibido sobre la naturaleza de Dios y el significado de la vida no le eran suficientes para satisfacer su intelecto inquisitivo. Y lo que es más, su orgullo que era tan grande como su conocimiento, deseaba descubrir las repuestas a los grandes misterios de la vida mediante su propio esfuerzo y así atribuirse todo el mérito. De modo que, al cabo del tiempo, el doctor Fausto abandonó su teología y se hizo estudiante de magia hermética, pues tenía la esperanza de hallar el secreto de la vida en los experimentos alquímicos y en el conocimiento prohibido de la magia y de la brujería, transmitido desde los antiguos egipcios.
Sin embargo, estas investigaciones prohibidas no pudieron enseñarle todo lo que deseaba saber, por lo que quedó sumido en una profunda melancolía. Entonces, en su desesperación, invocó a los espíritus infernales. En respuesta a su llamada apareció misteriosamente un perro negro que después se transformó en una extraña figura que se presentó como Mefistófeles, el espíritu del mal y de la negación. Este personaje estaba siempre al acecho de las almas humanas que pudiera ganar para las tinieblas, engañando así a Dios; y Fausto deseaba el conocimiento de Mefistófeles respecto a los secretos de la vida y la naturaleza de lo divino. De modo que establecieron un pacto entre ambos, sellado con sangre, en el que Mefistófeles convenía en servir a Fausto en este mundo, en tanto que Fausto accedía a servir a Mefistófeles en el otro.
Mefistófeles sabía muy bien cuál sería el precio que Fausto pagaría, pero el filósofo todavía no había comprendido que lo que estaba empeñando era su alma mortal. Durante algún tiempo, Fausto se sintió emocionado por la magia y los misterios que Mefistófeles le mostraba, y creía que por fin estaba acercándose al conocimiento de los secretos de Dios, pero Mefistófeles que iba debilitando la voluntad del erudito, lo embauca para que desarrolle una sensualidad y un orgullo cada vez más grandes, perdiendo así todo sentido de búsqueda espiritual.
Fausto deseaba a una joven llamada Gretchen y es Mefistófeles quien la lleva a caer en manos del filósofo. Fausto la deja embarazada y, cuando la abandona, ella se vuelve loca y mata a su hijo, siendo ejecutada por su crimen.
Dándose cuenta de la terrible destrucción que había causado en una vida humana inocente, Fausto sintió un profundo y amargo remordimiento. Pues había comenzado a amar a la joven sinceramente. Prueba ésta de que en su alma había una parte que se había mantenido libre de corrupción. Esto no lo había anticipado Mefistófeles, ya que el poder de redención del amor no era algo conocido para el espíritu oscuro. Aún así era tanto el poder que Mefistófeles ejercía sobre Fausto que, durante muchos años, el filósofo se sumergió en el placer sensual y penetró en todo los misterios secretos. Aprendió todo lo que deseaba saber y comprendió las gloriosas alturas del cielo y las tenebrosas entrañas del inframundo. Sin embargo, el remordimiento y el dolor que sentía por la muerte de Gretchen, crecían dentro de él como un cáncer y, a pesar de su corrupción, algo en su interior continuaba anhelando la luz.
Mientras Fausto iba haciéndose viejo, Mefistófeles esperaba con paciencia y satisfacción el momento en el que el filósofo se enfrentase a la muerte y su alma perteneciese a las tinieblas.
Cuando por fin Fausto se dío cuenta de las verdaderas consecuencias del pacto que había hecho, se sintió tan lleno de remordimiento, de amor y de sufrimiento, que su alma se escapó de las garras de Mefistófeles y fue conducida a las esferas celestiales.
La historia de Fausto es una metáfora mítica de la lucha de todo ser humano por encontrar la luz en la oscuridad. Fausto es un paradigma de nuestro mundo interior lleno de conflicto entre nuestros deseos egocéntricos y el anhelo de servir a algo más elevado y más grande que nosotros mismos.
Aunque el mito original tiene sus raíces en el cristianismo medieval y, por lo tanto, presenta el bien y el mal de un modo más bien simplista, si se lo comprende psicológicamente, Fausto es el símbolo del espíritu inquisitivo que hay dentro de cada uno de nosotros, con la suficiente valentía e individualismo como para rechazar el dogma ofrecido y también con la peligrosa arrogancia o soberbia para asumir que podemos desafiar la moralidad humana fundamental en nombre del conocimiento. Podemos condenar a Fausto por su codicia y arrogancia, y al mismo tiempo admirarlo por su valentía y por su voluntad de arriesgar su alma con el fin de penetrar hasta el corazón de los misterios de la vida.
He aquí la profunda paradoja del bien y del mal, pues a fin de comprender el bien, debemos reconocer el mal; y para llegar a este reconocimiento debemos descubrirlo primero en la secreta oscuridad de nuestro propio corazón.
La desilusión de Fausto con el conocimiento recibido refleja el dilema de un brillante intelecto que no puede limitarse a “creer” porque le piden que lo haga. La búsqueda, si se la siente sinceramente, no surge de una aceptación pueril de creencias, sino de la desilusión y del profundo deseo de comprender las paradojas de la vida. El cuestionamiento implica peligro, pero a la vez abre un potencial para una verdadera experiencia del alma y del mundo interior.
El poder corrompe y éste es un hecho tanto en el plano espiritual como en el material. El nuevo poder de Fausto lo empuja más allá de los límites morales y es insensible a la destrucción que inflige a Gretchen. Sin embargo, la ama y no puede ignorar por completo lo que ha hecho. Y esta pequeña semilla de remordimiento, nacida de la compasión, es finalmente la que le permite engañar al Diablo y lograr el perdón y la redención.
Esto explica que no son las “buenas obras” las que lo salvan, sino el hecho de que, a pesar de estar hundido en el orgullo y en la sensualidad y en su propia miseria, todavía es capaz de amar y de sentir remordimiento.
La historia de Fausto nos enseña que la bondad está relacionada con la definición de ética adoptada por una sociedad determinada en cualquier época de la Historia. Amor y remordimiento, sin embargo, no están confinados a las doctrinas de una cultura o religión específicas. Ellos nos permiten saborear la luz y la oscuridad y, de alguna manera, conservar la integridad del alma.
Es posible que cualquier búsqueda espiritual honesta nos haga descubrir nuestro propio potencial para el mal y la destrucción, y que sólo a través del enfrentamiento con ellos podamos experimentar lo que se puede llamar gracia, es decir la misteriosa liberación que surge, desde dentro, y que da sentido no sólo a nuestra bondad, sino también a nuestra maldad.
El mito del doctor Fausto no es el simple relato moralizador que puede parecer en un principio. Se trata de un viaje interior y, como sucede con todos los mitos, al mirarlos a nivel psicológico, los personajes que aparecen están dentro de nosotros.
Fausto y Mefistófeles son dos caras de la misma moneda, y reflejan dos dimensiones del ser humano. Al espíritu de negación cínica podemos hallarlo dentro nuestro cuando experimentamos la vida carente de valor o insignificante, y todos podemos invocar al Mefistófeles que llevamos dentro cada vez que nos sintamos desilusionados de la vida.
Pero Mefistófeles no es sólo el Diablo. En el gran drama de Goethe, Mefistófeles le dice a Fausto: “Soy el espíritu que desea siempre el mal y, no obstante, hace siempre el bien”. A través de la intervención de nuestra oscuridad interior es como podemos finalmente hallar el camino hacia la luz.
Fausto y Mefistófeles configuran una díada que creo representa el conflicto inherente a Escorpio, quien a pesar de su tendencia al orgullo, egoísmo o ambición de poder, se siente vulnerable pues no deja en ningún momento de aspirar al Amor y eso le redime.
Para Escorpio no es tarea fácil combinar el erotismo espiritualizado con la espiritualidad erotizada pero, cuando al igual que Fausto las reconcilia, se convierte en una figura plena de dignidad y redención potencial.
Con nuestras historias míticas llegamos al signo de Escorpio y lo miraremos también con su polaridad, es decir con el signo de Tauro.
Recordemos que polaridad, implica oposición y los opuestos se enfrentan, luchan, tienen un conflicto que resolver hasta alcanzar un punto de entendimiento y equilibrio. Equilibrio que ocurre cuando cada polo se descubre como una de las partes y aprende a completarse cuando se integra con su oponente resolviendo de este modo el conflicto.
El Zodíaco nos trae seis polaridades que deberemos integrar: Aries-Libra, Tauro-Escorpio, Géminis-Sagitario, Cáncer-Capricornio, Leo-Acuario y Virgo-Piscis.
En esta segunda polaridad se ponen en juego la energía productiva enraizada en la tierra, vinculada con la fecundidad, con el sexo procreativo, con el alimento, con el cuerpo (Tauro) por un lado, y por el otro (Escorpio), con el sexo como experiencia emocional, como identificación psíquica de dos individuos separados que juntos alcanzan la fusión con lo absoluto, con el éxtasis y la pérdida de los límites de la identidad, el olvido de uno mismo, para renacer al amor superior.
En este juego dialéctico nos enfrentamos al poder personal de Tauro y al poder cooperativo de Escorpio, al retener de Tauro y al soltar de Escorpio, a la acumulación y a la eliminación para el nacimiento de la verdadera riqueza del ser humano no dividido ni enfrentado consigo mismo.
Bibliografía
– “Astrología y Destino” Liz Greene
– “Espejos del yo” Carl G. Jung y otros
– “Los Mitos, su impacto en el mundo actual” Joseph Campbell
– “El Viaje Mítico” Juliet Sharman-Burke y Liz Greene
– “El Tao del Zodíaco” Cristina Vallejos


